La oración, la meditación y las lecturas fueron el amuleto para salir de la COVID-19
Esa noche de febrero, me contagié por la COVID-19. Algo extraño me pasó al salir de la oficina y tomar mi bus de regreso a casa. Me subí en el servicio de transporte de la popular empresa Coochofal -Cooperativa de Choferes Transportadores del Atlántico Ltda- justo a las 7:30 p.m. Antes de pasar el torniquete di las buenas noches y me acerqué al conductor para pagarle mi pasaje, un hombre de mal aspecto y de acento extranjero, que estaba en la primera fila del bus, me dijo a quema ropa:
- Hola bonita, sabías que eres muy hermosa -
Al escuchar ese tono particular que no era de aquí de Colombia, yo le contesté, con todo mi arsenal: una cara seria, ojos más abiertos y un gesto en mis labios de desagrado ante semejante desfachatez:
- Yo sé que soy bonita, gracias - En un tono de pocos amigos.
De entrada sentí en sus palabras la intención de faltarme el respeto, sin embargo, al ver sus movimientos erráticos y frases ininteligibles me di cuenta que esas no fueron sus motivaciones. Estaba totalmente borracho acompañado por otro sujeto de acento argentino que le dijo que seguían en ese bus porque estaban perdidos en la ciudad.
-“Che”, ¿cuánto más estaremos acá dando vueltas? – le preguntó el argentino un poco desesperado.
Me senté detrás de ellos y sin darme cuenta, me había metido en una de las peores encrucijadas de mi vida, que en ese momento no lo vi venir. Justo detrás, donde me senté se encontraban dos turistas más, eran dos mujeres que también estaban perdidas y buscando la tradicional, troja, la casa de la salsa en la arenosa.
Lo más extraño de este viaje surrealista en plena noche de finales de febrero, era que los dos hombres estaban buscando el barrio Carrizal, uno de los sectores catalogados como zona roja en la ciudad, lo cual las personas que estábamos en el bus le sugerimos que no fueran por lo peligroso, sin embargo y pese a nuestras sugerencias no les importaron nuestras recomendaciones.
El argentino y el joven chileno tenían aspecto de 'mochileros' al estilo hippie y no tenían buen aspecto físico, a diferencia de la estadounidense y la europea que estaban detrás de mí. Todos en el bus nos convertimos en los buenos Samaritanos de los forasteros.
Recuerdo muy bien que les indiqué por donde tomar su destino, además le presté mi teléfono a ellos para que hiciera una llamada urgente a un amigo a donde según ellos se iban a hospedar. Además tomé en mis manos el teléfono de una de las chicas para escribirle la dirección de la troja, que era el lugar a donde ellos querían llegar. Entre todas las personas del bus logramos darle otras indicaciones para que pudieran ubicarse de mejor forma. Ellos siguieron su ruta y yo seguí para mi casa justo donde comenzaba los días más duros de mi vida.
A los días siguientes, los síntomas comenzaron con una alergia respiratoria muy pequeña y a medida que fue pasando el tiempo las complicaciones comenzaron a aflorar. Lamentablemente, como no sabía que tenía la enfermedad, así fui a trabajar, iba a la oficina, salía a la calle con las fuertes brisas, sin embargo siempre tuve algo a favor, por instinto estuve abrigada, con bufandas, pañuelos y guardando las distancias, porque es normal en mí hacer estas acciones para no afectar a las demás personas.
Al avanzar el mes de marzo y conocer los primeros casos de contagio en la ciudad, con mi familia decidimos hacer contacto con las autoridades de salud. En la primera llamada del 17 de Marzo un funcionario de la secretaria de salud me atendió, le di mi nombre, mis síntomas y solo me dijo que era una gripe normal. A los días la secretaría de salud me realizó una llamada debido a que había quedado en su base de datos, me preguntaron como estaban mis síntomas y al ver la continuidad de los mismo decidieron hacerme la prueba obteniendo como resultado un diagnóstico que resultó a simple vista inevitable e impactante para todos.
En mi sangre y mis pulmones ya estaba la COVID-19 y mis días fueron diferentes a partir del 2 de abril fecha en la que recibí el diagnostico por parte de secretario de Salud de la capital del Atlántico Humberto Mendoza.
Siempre había pensado que los ángeles son seres intangibles y jamás pensé que iba a encontrarme uno justo en mi casa. Mi padre, fue mi tabla de salvación. Luego de conocer el dictamen médico me cuidó, me llevó la comida, las tomas calientes, él puso su vida para mí y sus palabras de apoyo fueron vital para mi recuperación al igual que las llamadas que recibía por parte de mi madre.
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Mi cuarto se convirtió en ‘mi espacio de luz y de fuerza mental’, sentía que la Divinidad me acompañaba de día y de noche. Desde ahí comencé la dura tarea de comenzar a contactar a las personas que habían compartido conmigo. Para mi sorpresa personas que jamás pensé que fueran a discriminarme, me trataron muy mal. Me insultaron por teléfono, una persona que recuerdo que me dijo:
-No quiero saber nada del tema, no me interesa y no te metas en mi vida- Además esa persona no quiso realizarse la prueba.
Cada palabra, cada frase de recriminación, me dieron un golpe tan fuerte que mis estados de ansiedad se elevaron al nivel del techo de mi cuarto donde fue necesario el apoyo indiscutible de la psicóloga de la EPS.
Esa noche luego de varias llamadas y recibir el golpe de la indiferencia me derrumbé, mi cuerpo se hizo pesado y sentía que poco a poco me hundía en las profundidades de mi cama. En medio de la pesadez un segundo ángel apareció: Una funcionaria de la secretaría de salud se comportó como una amiga, aun sin conocerme, dándome palabras de apoyo , lo cual agradecí eternamente.
No me había levantado del uppercut de los insultos cuando me enteré que habían crecido los rumores alrededor de mi familia. Mi madre que no vivía conmigo, en medio de mi confinamiento, me rompió el alma al contarme que la gente de su barrio tenía la intención de apedrear su casa, ya que la gente creía que todos mis seres queridos, mis abuelos y mis tíos se habían contagiado.
En medio de esta incertidumbre apareció el tercer ángel. Una vecina, del sector donde reside en algún lugar del suroccidente de Barranquilla, tuvo la valentía de confrontar a los seudo-líderes que iban a realizar el ataque con el fin que dejaran esas intenciones hostiles porque en la realidad nadie tenía la enfermedad.
Se que la vida es dura y muchas veces hay que poner la cara para aprender las lecciones que nos ayudan a madurar. Este rechazo de la gente me sirvió para analizarme a mi misma y poder descubrir lo bueno dentro de todo lo malo que había vivido. Me tocó refugiarme en los libros, comencé a escribir mi blogs personal Mafalda Caribe https://mafaldacaribe.wixsite.com/website-1, vivía pegada a los oraciones y al dibujo de mandalas como una terapia.
Pese a todo y de los avatares de la COVID-19 me dio vida, me enseño a ser mejor persona, a perdonar, a comunicarme mejor con Dios y a tener una conciencia del cuidado de mi cuerpo.
Se que las cosas no se quedan con un resultado negativo luego de vivir la enfermedad, las secuelas respiratorias no se hicieron esperar y el cóctel de medicamentos sumado a los cuidados siguen a la orden del día. Yo, sigo mi vida, sé que tengo una misión y un mensaje que debo darle al mundo y es que aprendan a confiar en Aquel que todo lo puede en medio de la situaciones difíciles. Para aquellos que llegaron a este punto de la narración, a través de mi cuenta de Instagram @glowdelarosa les dejé un IGTV eterno donde seguiré contando mi testimonio donde una noche de febrero me contagié por la COVID-19.